El equipo que le ganó a Rafaela a ayer por 3 a 0 y que viene cumpliendo una excelente temporada es un equipo sin miedo.

Juan Manuel Azconzábal no teme jugar de igual a igual frente a equipos que llevan años en Primera, los defensores no tienen miedo a salir jugando y pasarse la pelota entre los delanteros rivales, a centímetros de sus pies, con tal de hacerlo por abajo.

Nicolás Romat no tiembla antes de tirar un centro estando mal parado y mucho menos antes de admitir públicamente que su intención fue tirar efectivamente el centro y no hacer un gol. El defensor salió a devorarse a su marcador (cosa que habían hecho con él en partidos anteriores) luego de su error ante Lanús y vio los resultados incrustados en la red que intentaba mantener virgen Germán Montoya.

Nery Leyes no tiene miedo a perder el control de su vehículo mental a la velocidad que maneja su cuerpo. Luis Rodríguez no le tenía miedo a pasar cinco partidos sin hacer un gol y estuvo tranquilo, tal como lo había anticipado. El gol le llegó cuando y donde tenía que llegarle. Cristian Menéndez tampoco transpira frío cuando va a chocarse con cuanto defensor se le pone en frente.

Ahora, ¿está mal tener miedo? No. El miedo, como pocas sensaciones en una persona y, mucho más en un grupo de personas, tiene efectos tan positivos como negativos, además de ser uno de los instintos más naturales.

A decir verdad, el miedo ha creado, matado, revivido y moldeado a Atlético desde mediados de 2014 hasta hoy. Se trata del miedo que ignoró, paralizó, motivó e infringió desde ese otro Torneo de Transición en el que también empezó con cuatro victorias en cinco partidos (en ese caso de B Nacional) hasta este, que lo tiene como uno de los mejores equipos de la temporada, en Primera.

Aquel equipo “decano” de 2014 parecía no tener miedo. Terminó la primera rueda de aquel campeonato que entregaba 10 ascensos, como líder. Le llevaba 10 puntos de diferencia del primer equipo que se quedaba sin ascender y todos celebraban a cuenta.

Una vez en lo más alto, apareció el miedo que terminaría crucificándolo. El temor a quedarse sin nada después de tenerlo todo fue demasiado y sucumbió en Mendoza, ante Huracán.

En 2015, ya con Azconzábal en el banco (había llegado para los cuatro últimos partidos de la temporada pasada), el miedo fue parte de la reinvención de ese equipo. ¿Cómo surgir luego de haberse transformado en cenizas algunos meses antes? El miedo a no repetir el dolor sufrido y causado funcionó como un motor de cientos de caballos de fuerza.

Ahora en Primera, el miedo ha parece haber desaparecido pero ni sería malo que aparezca ni está garantizado que no lo haga. El miedo, que ahora mira a Atlético como un alumno que lo ha superado, puede hacer tan bien, como mal.